sábado, 5 de julio de 2008

Odio y amor al verano

La gente parece tener muchas ganas de veranito y de sol, pero existe una serie de personas -entre las que me incluyo- que no le tenemos tanto cariño a la estación. Los motivos de este odio son difícilmente explicables, pero lo intentaré:
- "Iniestismo" cutáneo: los blancos de piel no soportamos el sol. No es que no nos guste o nos dé calor, no. Es que no lo soportamos. Diez minutos al sol pueden hacer que tu piel pase del blanco más níveo al rojo más abrasador. Y no, ese eritema colorado no va a convertirse posteriormente en n bronceado saludable, sino que tras la reptiliana e inevitable muda de piel va a volver a asomar el pálido color blanco.
- No se descansa: en verano no se descansa. El calor te impide dormir bien por las noches, los mosquitos tampoco es que ayuden demasiado -¿a qué viene esa manía de introducirse en los pabellones auriculares a zumbar?, ¿no hay un sitio mejor?-. Además, en el improbable caso de que tengas unos días de vacaciones totalmente libres de esas obligaciones de las que no has tenido tiempo para ocuparte el resto del año... serás tan torpe de decidir hacer un viaje. Con el estrés que ello conlleva.
- Odio la playa: habiendo piscinas, la playa no tiene sentido. Más allá de algún topless ocasional con el que alegrarse la vista, la playa sólo presenta inconvenientes: masificación, arena, agua sucia, sol, calor, más gente, más arena -en el bocadillo también, claro-, más gente, más calor, algas enredándose en los pies, asquerosa crema blanca en tu piel -a la que la arena decide pegarse como velcro-, sed, más calor, un balonazo de Nivea y más sol. No me gusta.


De todas formas, el verano es mi estación preferida. Y es que la suerte que tiene el verano es que es mucho mejor estación que las otras tres. ¡Que viva el verano! ¡Y que vivan las tormentas de verano!